· Carta del director · Quelqu’un m’a dit

Siempre que pienso en Carla Brunime viene a la cabeza una película belga llamada Las vidas posibles de Mr. Nobody, de Jaco Van Dormael (2009), que recapitula en 2092 las peripecias de Nemo Nobody, un anciano de 120 años enfermo y postrado en la cama con el rostro de Jared Leto. Es el último ser humano mortal de la Tierra y vive rodeado de hombres que han alcanzado la inmortalidad gracias a la ciencia. Durante las casi dos horas y media de metraje, Nobody rememora las varias posibles existencias y matrimonios que no llegó a encarnar. Un poco como aquellos Elige tu propia aventura que leíamos de críos, en los que debíamos saltar a una página u a otra dependiendo de nuestro instinto. Solo una de las rutas tenía final feliz y yo casi siempre hacía trampas para no tener que leer cada libro 200 veces.

Pero Bruni también es The Man from Earth (Richard Schenkman), fenómeno indie de 2007 en el que el protagonista, John Oldman, reúne en una cabaña al claustro de profesores con los que ha trabajado durante los últimos 10 años, cuando estos se dan cuenta de que no ha envejecido desde que lo conocieron. Por un rarísimo fenómeno de regeneración celular que solo le afecta a él, lleva en el planeta desde que se fundó y ha ido adquiriendo distintas personalidades (incluida la de Jesucristo), siendo motor de la historia siempre. Eso también son infinitas vidas.

Dependiendo de dónde establezcamos nuestro punto de observación, la biografía de la exmodelo ofrece distintas percepciones de ella: top model en los ochenta, cantante de éxito internacional a finales de los noventa y primera dama de Francia en los diez. La italiana, nacida en 1967, ha empalmado en apenas medio siglo tres cuentos de hadas cuando casi nadie alcanza a cumplir uno solo de ellos. ¿Estaba en el momento oportuno o le sobraban los talentos?

"La italiana, nacida en 1967, ha empalmado en apenas medio siglo tres cuentos de hadas"

Hace apenas una década probó suerte también como actriz en Midnight in Paris, una de las cintas más celebradas de la producción reciente de Woody Allen, a quien ella cita con cariño en nuestra entrevista de portada: “Mi hijo Aurélien es soberanista. ¡Soberanista! ¿No es increíble? Es como en Todos dicen I love you, en la que todos los hijos del matrimonio protagonista son demócratas salvo uno, que es republicano. ¿Recuerdas cuando al personaje le da un infarto y el padre dice: ‘Por eso eres republicano, porque tienes algo malo en la sangre’? Me sorprende que Aurélien esté en contra de Europa”. Una Europa que, sin embargo, no está funcionando como es debido en el proceso de vacunación, según nos confiesa: “No entiendo dónde están las vacunas. En 2011 mi marido (Nicolas Sarkozy) tuvo que enfrentarse al SARS, Consiguió 80 millones de vacunas y las administró en todos los centros de salud de Francia, día y noche. ¡Día y noche! Vacunó a 30 millones de personas, en especial ancianos y gente vulnerable. Si él pudo, ¿por qué ahora parece imposible?”.

De cualquier modo, más que ninguna otra cosa, para mí Bruni siempre será el disco compacto que más veces escuché en 1999. Casi nunca pasaba de la primera canción, y no porque el resto me disgustaran, con su melancolía impresa y su aroma a café humeante todas. Es que Quelqu’un m’a dit se convirtió en un himno para mí: “Me han dicho que nuestras vidas no valen mucho / Pasan en un instante, como rosas se marchitan / Me dicen que el tiempo que se desliza es un cabrón / Que se hace abrigos con nuestras penas”. De ser cierto este último verso, la suya tiene que ver con la condena de tres años recién impuesta a su marido por tráfico de influencias y presunta corrupción a un juez del Tribunal Supremo cuando ya no era presidente de Francia. Lejos de marcar distancia, la artista renacentista se muestra férrea en su amor a prueba de bombas: “Mi hombre es mi gran amor”. Así pues: él, su abrigo; y ella, lo mismo.

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