Balenciaga, por qué ahora sí: sobre el ‘reboot’ de la Alta Costura y la capacidad de trascender

Lo mejor de la colección de alta costura número 50 de Balenciaga es el conjunto identificado como look 34. Es lo mejor porque es lo más honesto. Tan tajante afirmación abre un debate que obliga primero a asomarse al abismo de la práctica gremial de la moda por excelencia. Un oficio, que no vocación, arcaico y casi arcano, sobreprotegido y severamente regulado. Toca, pues, despeñarse por semejante madriguera de conejo abajo. Pero antes habrá que detenerse en el conjunto de marras.

Jersey de ochos en punto extralargo, sobrado también de mangas, el cuello en uve ampliamente desbocado por el que asoma una camiseta blanca. Pantalón vaquero recto, los bajos en acordeón sobre los zapatos. Nos han informado de que el denim de los tejanos ha sido urdido a mano en hilaturas japonesas, de esas especialitas que aún usan telares centenarios genuinamente americanos, y que la prenda se ha sometido a una docena de pruebas hasta dar con la hechura, la caída y la prestancia –digan fit, si gustan– pluscuamperfectas. Del resto no hay mayores detalles (el periodista no los tiene, solo que el punto es de seda, desarrollado específicamente), aunque se intuye idéntica exquisitez, laboriosidad y dedicación. Es lo que se le presupone a un producto etiquetado como alta costura. Que tampoco lo etiqueta cualquiera: se ocupa de ello la Chambre Syndicale de la Haute Couture de París, que da su plácet de acuerdo a lo legalmente establecido por el Ministerio de Industria francés a partir de 1945. Si está confeccionado en Francia, en taller propio y con la cantidad precisa de mano de obra especializada, se presenta dos veces al año y se realiza a medida de la clientela, ya estaría. Y a correr. Así sean unos vaqueros o un suéter que ni salidos de una postal urbana desde el filo de la Perestroika. El look 34 de la colección de alta costura número 50 de Balenciaga.

No, el look 34 no puede competir con ninguno de los otros 62 que conforman la colección de alta costura número 50 de Balenciaga (otoño/invierno 2021). Desde luego no con el 15, que parece realizado en el tweed primigenio y favorito de Chanel, el que produce la británica Linton, pero qué va, que es un asombroso trabajo de bordado manual. Igual que el del look 49, diseño floral ejecutado por las renombradas petites mains del histórico taller parisino Lesage, aunque el verdadero hallazgo aquí son esos rastros del dibujo a lápiz que el hilo de seda debería haber cubierto y que han quedado desnudos, expuestos a la vista. Hay otras virguerías apabullantes del estilo, unas que remiten de nuevo a la tradición artesana, véanse las lentejuelas envueltas en tul del look 39, y otras a la rabiosa tecnología, como el cuero cortado al láser para semejar el rizo de algodón de un albornoz en los looks 50, 52 y 54. En efecto, alguien se ha empleado a fondo en este ejercicio de trampantojo. Un juego de espejos calculado al milímetro que le ha valido a su artífice pasar de villano a héroe de la moda en apenas 15 minutos. Lo que duró el desfile de presentación de la colección de alta costura número 50 de Balenciaga según Demna Gvasalia.


Cómo sería el hype desatado que, nada más anunciar su regreso a la arena de la alta costura después de 53 años, en enero de 2020, la casa de origen español recibió un centenar de pedidos sin que existiera aún la colección. O eso contaba su director ejecutivo, Cédric Charbit, en el portal WWD. El dato es interesantísimo, no solo porque habla del disparate en que ha devenido la moda como fenómeno sociocultural, sino también porque evidencia que nada importa si el nombre es el correcto. Puede que Balenciaga sea una broma de mal gusto desde que Gvasalia puso sus manos sobre ella, a finales de 2015, pero ay esas zapatillas Triple S a casi mil euros que no se las salta un zeta, un millennial y hasta un boomer de los que dicen "estar en la pomada". Para el caso, que el rey de la desfachatez streetwear, el tipo que se ha burlado del lujo inyectándole ciertos códigos indumentarios obreros y marginales osara de repente calzarse los sacrosantos zapatos de Don Cristóbal era para algunos demasiado. Una popular crítica de moda estadounidense se hacía la sorprendida en Twitter, preguntándose quién diablos iba a ser la nueva clientela de la renacida costura Balenciaga. Evidentemente, la vieja clientela de su actual prêt-à-porter. Pero también muchos, por no decir todos los que hasta el pasado miércoles renegaban de la ética y la estética del diseñador georgiano.

El problema con Gvasalia es que no siempre –o casi nunca– se ha entendido que con él es antes la ropa que la moda. Tal era la filosofía tras Vetements, la firma con la que comenzó a hacer ruido en 2014. Entonces la idea era crear una serie de vestimentas (de ahí el nombre del que, en principio, se presentó como colectivo anónimo) capaces de conectar con la sensibilidad de una nueva generación de consumidores cuyas demandas indumentarias no encontraban respuesta en las marcas convencionales. El éxito fue morrocotudo, espoleado también artificialmente por una prensa aburrida que por fin tenía algo diferente en lo que regodearse. ¿Una camiseta de propaganda de una agencia de mensajería a 800 euros? Brillante. ¿Unos vaqueros resultado del ensamble de un par de tejanos viejos a 1.200? Genialidad. Encima, la propuesta servía para empezar a rellenar cierta agenda sociopolítica, de amplio calado juvenil, que quería agitar conciencias en términos de igualdad, diversidad, inclusión y sostenibilidad. De ahí al fichaje por Kering, segundo conglomerado del lujo francés (que poco antes había puesto en marcha su propia revolución con Alessandro Michele en Gucci, del que pronto se destapó como su ideólogo, un paso. La mayoría de lo que ha venido desarrollando como director creativo de Balenciaga a partir de aquel momento ya estaba ensayado en Vetements: las siluetas de aire escultórico, los patrones sobretallados, los volúmenes globo y saco de sudaderas y bombers. Bastaba con observar las prendas con un mínimo de atención. Pero, claro, la broma de la camiseta de DHL. La tontuna irónica.


La colección de alta costura número 50 de Balenciaga no hace sino repetir los mismos esquemas (lo de la ironía incluso un poco también). Lo ha constatado el propio creador, que apunta tanto a un trabajo de investigación archivera como de exploración autorreferencial. Apenas una veintena de los 63 looks remite directamente al fundador de la enseña, el resto es puro Balenciaga Gvasalia, elevado/sublimado por materiales y técnicas de confección. Para los trajes de chaqueta, por ejemplo, ha contado con los servicios de la sastrería Huntsman & Sons, orgullo de Savile Row. Para los zapatos, un clásico francés: la maison Massaro. Había que ver a algunos modelos masculinos arrastrando los tacones por el alfombrado de la réplica del salón de costura original, ubicada en la segunda planta de la histórica sede en el 10 de la avenida George V de París. Curiosamente, o no, allí se materializó un fantasma que no estaba invitado: el de Martin Margiela. Puede decirse que todo lo que tiene de conceptual el georgiano lo aprendió en la casa del belga, aunque entrara en ella justo cuando el esquivo creador la abandonaba por la puerta de atrás, en 2009. El jersey de punto elongado y los vaqueros de señor del look 34 son puro Margiela. La desclasada impronta gopnik del conjunto, eso sí, es genuino y honesto Gvasalia. Quizá esté harto de que solo se le reconozca como diseñador de zapatilla y chándal, según ha reiterado antes y después del desfile, pero eso en realidad no es culpa suya, o no solo. He ahí una reflexión que debería tener en cuenta cuando se ponga con la colección de alta costura número 51 de Balenciaga. Total, ahora que ha conseguido esa relevancia que se le resistía tiempo ha, a la Cámara Sindical le va a dar igual.


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