El estilo de Rocío Jurado en tres actos: escotes contra la censura, chándal con tacón y abrigos de visón
Este 31 de enero se cumplen 15 años de la publicación del último trabajo discográfico de Rocío Jurado, Rocío Siempre. No se trata de un álbum de estudio con temas inéditos, sino de uno grabado en directo durante la gala bautizada con el mismo nombre y emitida un mes antes en Televisión Española. Su falta de frescura no afecta al resultado porque escuchar a la Jurado, como a Bambino, siempre es motivo de brindis por pésimas que sean las condiciones del audio y lo fuertes que suenen los entrometidos aplausos. En este show la de Chipiona hizo un magnifico repaso de toda su carrera a través de sus temas más populares acompañada de amigos artistas como Raphael, Lolita Flores, Mónica Naranjo o Falete. El CD, que incluye 15 pistas, se vende, porque todavía se puede comprar, acompañado de un DVD del concierto. Oro de coleccionista.
La gala estuvo rodeada de polémica desde su planteamiento. Incontables horas de televisión y ríos de tinta se invirtieron en entender por qué Julio Iglesias no había viajado a Madrid para acompañar a su amiga en el escenario o para averiguar quién había negociado las condiciones de cada contrato; si Amador Mohedano –hermano y manager de la artista- o Rocío Carrasco y Fidel Albiac –hija y yerno de la Jurado, respectivamente-. Independientemente de las anómalas circunstancias en las que se rodase, lo cierto es que el sueño de la más grande de despedirse de su público, especialmente del de su pueblo natal que viajó hasta la capital en autobús, se hizo realidad. Rocío llevaba año y medio conviviendo con un cáncer de páncreas que finalmente acabó con su vida el 1 de junio de 2006.
Para el diseño del vestuario de su último concierto Jurado confió por primera y tristemente última vez en la aguja del español Hannibal Laguna. Amigo de su primogénita Rocío y de quien ésta vistió en la boda de Carmen Borrego y en la suya propia con Fidel en septiembre de 2016. La cantante gaditana arrancó el espectáculo Rocío siempre, envuelta en humo, mientras sonaban los primeros acordes de Como las alas al viento con un vestido de raso color champán y una capa de cristales a juego. Le siguieron otros más ajustados -como uno marrón de encajes y cadenas doradas- y otros más rimbombantes, como el gris de falda princesa de gasa y corpiño bordado con el que se cubrió para cantar al piano las piezas de copla que perduran en la memoria colectiva por los siglos de los siglos.
Para la portada del disco eligieron una instantánea de Rocío sonriente con los brazos en alto y una pieza fucsia de corte imperio y volantes que envolvía su cuerpo. La Jurado estaba rejuvenecida gracias a una melena pelirroja más corta y lisa que de costumbre y a unos atuendos pegados al cuerpo y liberados de aparatosos chales. No necesitaba adornos, aunque los hubo, para trasmitir emoción. Todo lo dijo con el timbre de su voz y sus manos de largos dedos extinguidos en una manicura perfecta de folclórica que no pasa penas de pan. Los orígenes de María del Rocío Trinidad Mohedano Jurado, como los de tantas otras estrellas de la canción de aquellos años, eran muy humildes.
Después de la gala, el 10 de enero de 2006, la intérprete de Muera el amor concedió una entrevista a Jesús Quintero con la que estrenó el resucitado programa El loco de la colina. La conversación, que transcendió lo humano para alcanzar lo divino, se produjo con sus dos interlocutores rodeados de algunas de las piezas más icónicas del vestidor de la artista. Unas prendas, que si algún día abre sus puertas el museo chipionero dedicado a su paisana, el público podrá admirar de frente. En el plató de la primera cadena del ente público Rocío vistió una chaqueta roja de amplio escote rematado con un broche en flor. Un conjunto que recordaba ligeramente a la estética de señora anterior de la artista.
La intérprete de Amores a solas (que versa sobre la masturbación femenina) salió de su pueblo costero rumbo a Madrid en 1960 con una maleta de cartón (ocupada por un jersey de ochos que había tejido ella misma) en una mano y toda la voluntad para convertirse en la artista que resultó ser en la otra. Para que la dejasen partir tuvo que hacer huelga de hambre e ir acompañada de su madre, Rosario Jurado, de la que tomó el apellido artístico.
La de la calle Larga, que es donde habían vivido en Chipiona, no era como la progenitora-secretaria (mamá de la artista) de tantas de sus compañeras. Si se preocupó o no de la honra de su hija, que se decía en aquella España machista, para ellas quedó, pero nunca se entrometió en las valientes elecciones de vestuario de su hija.
Cuando abandonó el coro del tablao El Duende también dejó atrás la peina y el volante. Era muy raro ver a la Jurado con bata de cola, tanto cuando cantaba balada romántica o canción liguera como cuando interpretaba coplas o alegrías. “Cuando yo empecé a cantar sola me dije: ‘¿por qué no canto vestida de calle?’ Con elegancia pero con trajes corrientes. Y empecé a comprarme ropa en Balenciaga y Chanel”, contaba siempre.
En los años setenta la temían en Televisión Española más que sus adversarias al torrente de su voz. Cada vez que aparecía en pantalla con uno de sus escotes o una de sus transparencias (a veces hasta el ombligo), el teléfono de la dirección de Prado del Rey echaba humo. Cuando no llamaban desde El Pardo (residencia oficial del dictador Francisco Franco), era la Iglesia y cuando no, ambos. El diario Arriba tildó una de sus actuaciones de “exhibición de taberna portuaria”. Daba igual con qué la tapasen: una flor, un volante, una boa de plumas… la de Chipiona desprendía electricidad.
“¿Pero cómo voy a frenarme en un tema que diga por ejemplo: estas ansias locas que yo estoy sintiendo de ser tuya, muy tuya, muy tuya? ¿Cómo me voy a poner un freno?”, le espetó en una ocasión a José María Iñigo después de que él contase que los censores le pedían que la aconsejase que fuese menos sensual. El periodista, fallecido en 2018, recordó en sus memorias, Ahora hablo yo, que en 1972 apareció en la televisión “vistiendo una capa de tipo abrigo que le cubría hasta los tobillos. Era realmente espectacular y así empezó a cantar la primera de sus canciones. En un momento de su interpretación se quitó la capa, la dejó en el suelo y surgió vestida con un escueto traje negro de raso de una manera tan inesperada que cogió por sorpresa a todos los presentes: a los cámaras, al realizador, a los iluminadores. Aquello supuso una especie de destape que debió poner de los nervios al censor Francisco Ortiz (padre de Luis Ortiz, marido de Gunilla von Bismarck), que ordenó colocarle un chal a Rocío”.
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Fuera de las tablas posaba para las revistas destinadas a las amas de casa en minifalda y con pañuelos atados al pecho como si fuesen un top. “Yo creo que mi destape ha sido más artístico que corporal. Yo pienso que el destape es mucho más importante si es mental”, razonó en Cantares, el recordadísimo programa de canción andaluza presentado por Lauren Postigo.
Para su primera boda con El marino de los puños de oro, el boxeador Pedro Carrasco, en 1976 confió en Rafael Herrera y Enrique García-Caballero Ollero que le cosieron una especie de bata de cola con manga larga, cuello caja y dos volantes delante y cuatro detrás rematados en ondas bordadas en seda.
La imagen de Rocío Jurado permanece en la memoria colectiva ligada a sus increíbles estilismos de los años ochenta y noventa. La primera década la artista prefería, para el día, conjuntos con guiños roqueros al cuero y la segunda, trajes pantalón que no extrañaban en ningún contexto. Dúos o tríos versátiles que resultaban igualmente afortunados para una consulta médica, como en la que conoció a su segundo marido, como para celebrar una comunión. Una ajustada mezcla entre lo arreglao y lo informal oculta siempre tras unas gafas de sol (que pasaron de la pantalla a la pasta) y un abrigo de piel.
Por la noche, en sus actuaciones, la chipionera más universal se vestía de opulencia con prendas a medida del gaditano Antonio Ardón y del colombiano Carlos Arturo Zapata. Al primero lo conoció en el año 1983 en el restaurante El gato de Chipiona y tras preguntarle que si era muy caro le encargó 10 vestidos. Y al segundo se lo cameló en 1992 en el Hotel Intercontinental de Cali cuando éste acompañó a una amiga a pedir un autógrafo a José Ortega Cano, con el que Rocío pasaba allí unos días en los inicios de su romanceo. La Jurado le encargó 15 conjuntos para su gira Como las alas al viento.
Ambos confeccionaron para ella vestidos rectos con raja en la falda que cedían toda la importancia al escote; siempre vertiginoso. Con forma de corazón, joya, halter de tirantes, en uve, ilusión, palabra de honor, barco con volantes… en la mayoría de ocasiones al amparo de magnas capas que arrastraba por el escenario o hacia volar por los aires con sus dejes de diva. Unas piezas, otras veces eran chales, que le servían a Jurado para incrementar el dramatismo de sus interpretaciones de Se nos rompió el amor o Agua que no has de beber. Canciones que como dijo la propia artista han “roto barreras que existían que nunca una mujer se había atrevido a decir en una canción nada semejante. Siempre era el hombre el que dejaba a las mujeres llorando en las ventanas y con los niños y se iban con otra”.
No fueron las únicas fronteras que traspasó la andaluza, también rompió con las cadenas del buen gusto de entonces al combinar el chándal con tacones y abrigo de visón. Hoy son las tendencias del mañana. Además, Rocío sirvió –aún sobrevive cierta influencia- de fuente de inspiración inagotable y constante para un nutrido número de transformistas patrios.
Para su boda con José Ortega Cano, celebrada en su finca Yerbabuena en 1995, confió en el trabajo de Zapata. Eligió la pieza, de entre cuatro cosidas para ella, esa misma mañana. El diseño ganador era de corte recto, escote barca y estaba confeccionado en seda salvaje color champán, chantilly y organza. A modo de cola llevaba una capa de encaje. Dijo que se vistió de novia clásica porque su prometido no había pasado antes por el altar y se merecía darle el ‘sí, quiero’ a la princesa con la que había soñado toda la vida. No le faltaba un perejil y fue duramente criticada por pretender aparentar ser una mocita. Tenía casi 51 años (o tal vez sólo 49, su edad es un misterio) y las ideas muy claras. Naturalmente hizo oídos sordos a las críticas de los periodistas a los que ella llamaba ‘mis niños de la prensa’.
La más grande llevaba el pelo recogido en una redecilla goyesca de seda y perlas de la que nacían flores y un velo de tul. Durante esta época se encargaba de su cabello su cuñada, Rosa Benito –esposa de su hermano y representante Amador– que se lo cardaba y enlacaba con mimo, paciencia y aspiración arquitectónica. Pero el estilo de Rocío, como hemos visto, no siempre había sido así.
El vestuario de Rocío era como fue ella; como la describió Terenci Moix en su libro Suspiros de España: opulenta, extremada, barroca, volcánica y magnánima. Pero, y a la vez, como la homenajeó Alberti: “sábana de la aurora desnuda a la madrugada (…) ansia de los lentos barcos, viento que llega y no pasa”. Una criatura y un estilo únicos.
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