Los momentos de moda del 2020 son todos política: las Converse de Kamala Harris, el maquillaje de Yolanda Díaz, el traje blanco de Alexandria Ocasio-Cortez…

Es un hecho que el uniforme formal occidental (ya se sabe: traje, camisa y corbata) fue ideado por y para los hombres. A principios del siglo XX nadie pensaba que las mujeres necesitaran uno: al fin y al cabo, no estaban en las esferas del poder. Un salto en el tiempo hasta 2020 nos lleva al año en que el liderazgo femenino ha alcanzado nuevas cotas. Mujeres como Kamala Harris, Jill Biden, Alexandria Ocasio-Cortez o Jacinda Ardern han protagonizado importantes momentos de la política internacional al mismo tiempo que desbarataban los clichés del uniforme femenino.

Han tenido que pasar más de cien años para empezar a cerrar el eterno debate sobre qué debería ponerse una mujer en el poder. La nueva generación de políticas apuesta por nuevos códigos que valoran la diversidad, rechazan el patrón conservador y emplean estratégicamente sus decisiones de moda para empoderarse ellas mismas y lanzar el mensaje que ellas deciden, en una especie de "rebelión progresista contra el power suit", como lo defiende la crítica de moda Vanessa Friedman en The New York Times. Que Kamala Harris haya hecho campaña (e historia) con unas sencillas zapatillas Converse (que lleva desde hace años) en la carrera a la Casa Blanca la sitúa más cerca de su electorado: ¿cómo no sentirse identificado con ella, cuando pisa con los mismos zapatos? Aunque la marca no ha querido hacer público el impacto en ventas de esta imagen, sí se sabe que en los días posteriores a sus mítines las Chuck Taylor se buscaron un 88% más en Internet, según Klarna. El suyo es solo un ejemplo de cómo las políticas se han convertido en las prescriptoras de moda de 2020, sin que esto tenga nada de frivolidad. Al contrario.

Por su parte, las marcas de moda ya no pueden permitirse el lujo de no mojarse: los grandes fenómenos sociales del año (con el movimiento Black Lives Matter a la cabeza) han terminado con el tiempo en que las firmas preferían mantenerse apolíticas si quieren conectar con sus clientes. Solo en la campaña electoral estadounidense, 19 diseñadores lanzaron el colectivo Believe in Better en apoyo al candidato demócrata Joe Biden, con Vera Wang, Joseph Altuzarra y Tory Burch, entre otros.

Así, 2020 ha dejado claro que la moda es más política que nunca. Y estos han sido algunos de sus grandes momentos.

Kamala Harris y sus zapatillas Converse

“Tengo toda una colección: unas negras de piel, unas blancas, tengo las que no se abrochan, las que sí, las que me pongo cuando hace calor, las que me pongo cuando hace frío y unas de plataforma para cuando llevo traje pantalón”, contó la vicepresidenta electa en una entrevista con The Cut en 2018. Si renunciar a clásicos de la formalidad como el traje de pantalón que instauró Margaret Thatcher, ha sabido transmitir una imagen con la que el estadounidense medio puede identificarse. Sus Chuck Taylor, al igual que el chándal de Nike con el que celebró por teléfono la victoria (“We did it”, le dijo a Joe Biden, en una frase tan espontánea como comercial, ya que recuerda mucho al “Just do it”, el eslogan empoderador de la marca) son una bisagra hacia una nueva manera de entender la imagen política.

La próxima vicepresidenta guarda otro simbólico accesorio: los collares de perlas. Sin embargo, en ella adquieren un significado que nada tiene que ver con la imagen de la "señora bien" tradicional. En su época universitaria, la futura vicepresidenta de EEUU formó parte de la hermandad Alpha Kappa Alpha, la primera con letras griegas constituida por mujeres negras. A sus fundadoras se las conoce como "las veinte perlas" y cada nueva miembro recibe una insignia especial decorada con 20 perlas al momento de la iniciación, tal y como contaba en Vanity Fair Daisy Show-Ellis. “Las perlas representan refinamiento y sabiduría”, señalaba Glenda Glover, presidenta internacional de Alpha Kappa Alpha y presidenta de la Universidad Estatal de Tennessee. "Entrenamos a las jóvenes para que sean líderes y para asegurarnos de que tengan sabiduría para liderar… y eso va de la mano con el verdadero significado de Alpha Kappa Alpha".

Jill Biden y sus botas activistas

Que Jill Biden no es Melania Trump, ni pretende parecérsele, es evidente. La futura primera dama estadounidense, que ha manifestado su intención de mantener su trabajo de profesora en los próximos años, se parece más a cualquier mujer trabajadora estadounidense de clase media que a su millonaria predecesora. Aunque hace concesiones al lujo, repite vestido incluso en ocasiones importantes, prioriza marcas y diseñadores estadounidenses, y sus tacones son tan normales que no atrapan la atención de los fotógrafos. Sin embargo, cuando ha querido sí ha utilizado la ropa como herramienta para transmitir un mensaje: eso hizo precisamente cuando fue a votar. Sin necesidad de pronunciar palabra, sus botas de Stuart Weitzman lo decían todo: llevaban impresa la palabra “Vote”.

Melania Trump: lo que lleva y lo que no lleva

"Estoy volviendo locos a los liberales, eso seguro", se oye decir a Melania Trump en una grabación secreta que le hizo su exasesora y antigua confidente Stephanie Winston Wolkoff, quien en 2020 ha publicado un libro ofreciendo una mirada única sobre la personalidad de la primera dama. Lo cierto es que durante la administración Trump la figura de Melania ha tenido una fotogénica dosis de enigma, polémica y estética que hacían imposible no mirarla cuando salía a escena. Lo cierto es que este año no ha llevado prendas tan controvertidas como el sombrero salacot que se puso en Egipto o aquella chaqueta de Zara con el peor mensaje posible en la peor situación posible (¿recuerdan el "A mí en realidad no me importa" impreso en su chaqueta cuando iba de camino a visitar a niños apartados de sus padres en la frontera con México?), de hecho, este año su prenda más controvertida ha sido la que menos ha llevado: la mascarilla de protección.

Si tuviéramos que elegir una atuendo a modo de radiografía de sus cuatro años en la Casa Blanca bien podría ser el que eligió para ir a votar a Palm Beach, este mismo noviembre. Elegante, millonaria y, también, alejada de la realidad. Elegante, porque el patrón del vestido es perfecto y porque alude sin necesidad a un motivo, el ecuestre, y a una firma, la casa italiana Gucci, vinculada con la hípica desde los años veinte del siglo pasado. Durante el reinado de Tom Ford esta reconocible hebilla, impresa sobre blusas y trajes de noche, se convirtió en sinónimo de glamour y sensualidad. Su bolso también es una de los accesorios más exclusivas que se puede atesorar, un Kelly de Hermès, y sus zapatos, unos altísimos salones de Christian Louboutin. Las tres piezas encajan en su eterno halo de millonaria y se distancian del lema que su marido popularizó en su primera campaña electoral: en la imagen de Melania, las marcas y diseñadores estadounidenses no son "first" sino más bien "second". Pero tan reseñable es lo que hay en la foto como lo que falta: en plena crisis por el coronavirus, en un momento en que EE.UU. superaba los 100.000 casos diarios y con más de 245.000 fallecidos, la primera dama prescindió de la mascarilla (de la que su marido tanto ha renegado en público) en su última aparición antes de las elecciones. Decíamos que la moda es más política que nunca y quizá este sea uno de los ejemplos más visuales. No llevarla no es casualidad: es una declaración de intenciones.

El traje blanco y simbólico de Alexandria Ocasio-Cortez

"Los republicanos están muy enfadados (de nuevo) por mi apariencia. Esta vez están enojados porque estoy bien con ropa prestada (de nuevo). Oye, si los republicanos quieren consejos sobre cómo lucir lo mejor posible, me complace compartirlos. Consejo Nº1: Bebe agua y no seas racista". Con esta rotunda respuesta la congresista más joven de EE.UU. (y fenómeno político del año ya en 2019) zanjó en Twitter el eterno debate sobre si una política de izquierdas puede vestir "bien" (o dicho de otra forma, caro) aunque se trate de una sesión de fotos con una revista (en la que la ropa es prestada por los diseñadores y, por tanto, no tiene un valor comercial sino de imagen). Tanto su reacción como su estilo han marcado un cambio en el paradigma de las mujeres en el poder, que ni buscan ni necesitan la aprobación de lo que llevan puesto, ni siguen el código clásico de adaptar el traje masculino al cuerpo femenino que instauraron las primeras en romper estos techos de cristal, de Margater Thatcher a Hillary Clinton.

AOC protagoniza la portada del número de diciembre de Vanity Fair USA y lo que lleva, desde luego, es totalmente intencional. En una imagen tomada por el fotógrafo Tyler Mitchell, la congresista sonríe con su característico lápiz labial rojo (un gesto que le hace sentir segura del que ya habló en otra entrevista) y un traje blanco a medida, en un claro guiño a las sufragistas, de la marca neoyorquina Aliette. Jason Rembert, su diseñador, es un hombre negro de Queens, zona que forma parte del distrito de AOC. "Quería llamar la atención sobre los diseñadores de color", contó después la directora de moda de Vanity Fair, Nicole Chapoteau. La idea era mostrar a una mujer poderosa, fuerte y radiante.

El turbante de Ilhan Omar

De refugiada somalí musulmana a congresista democráta por Minnesota, la biografía de Ilhan Omar ha hecho historia varias veces. Fue elegida en noviembre de 2016 convirtiéndose en la primera persona de origen somalí y la primera mujer de confesión musulmana que lograba un escaño en la Cámara de Representantes de Estados Unidos: este año ha revalidado su cargo venciendo de alguna manera a Donald Trump, que el año pasado permitía, con sonrisa complaciente, que los asistentes a uno de sus mítines en Greenville (Carolina del Norte) corearan "Send her back" (depórtala), como si Ilhan no fuera estadounidense y, además, representante electa del Congreso. Su característico turbante se ha convertido en un símbolo de sus ideas y ya ha aparecido en la portada de The New Yorker como efigie de la renovación de poder (y aspecto) de la política estadounidense.

El collar de Michelle Obama

Fue, como casi siempre con la exprimera dama, una reacción en cadena: en el momento en el que Michelle Obama dio su discurso en la Convención Demócrata de 2020 un pequeño pero significativo detalle acaparó toda la atención. Llevaba un collar dorado con cuatro pequeñas letras mayúsculas: VOTE.

Se trataba de una creación de la diseñadora Chari Cuthbert, que tiene una pequeña boutique de joyería en Los Ángeles llamada Bychari. El negocio ya había tomado impulso este verano pero todo estalló cuando Michelle apareció en pantalla con la pieza puesta. En una entrevista con la periodista de la CNN Kate Benett, Cuthbert contó que unas 12 horas después del discurso de Obama los pedidos del collar, que se vende por 300 euros, ya rondaban los 2.000. Meredith Koop, estilista de Obama durante la última década, contó también que el collar no era parte del atuendo de Obama: era el foco de todo su look.

Tanto para Michelle como para su estilista siempre debe haber un significado detrás de la ropa y los accesorios, una fusión orgánica y visible de política y cultura. Desde sus primeros días en la Casa Blanca destacó la importancia de su posición no solo desde un punto de vista político, sino también desde el punto de vista de la vestimenta. Ya que el mundo iba a prestar atención a lo que vestía, sus decisiones tendrían un mensaje. Fiel a marcas emergentes y consolidadas estadounidenses, Obama ha seguido utilizando su reconocimiento y su estilo de política en sus años posteriores a la Casa Blanca, con un enfoque más de moda que cuando su papel de primera dama le imprimía ciertos límites.

Jacinda Ardern o el estilo de la líder del año

En octubre Jacinda Ardern fue reelegida como primera ministra de Nueva Zelanda tras una contundente victoria en las urnas. La líder del Partido Laborista se ha convertido en un referente mundial gracias a su gestión de la pandemia, algo que le ha valido titulares tan poco habituales para un político como "la líder más eficaz del planeta" (según The Atlantic). Una de las cualidades que más se resaltan de su liderazgo es su empatía: su gran capacidad para conectar con los ciudadanos. Su discurso empático y fuerte (en la crisis del coronavirus decidió cerrar el país mucho antes que la mayoría con unos datos de contagios muy reducidos, lo que frenó rápidamente la expansión del virus y sus consecuencias económicas) encaja a la perfección con su imagen: sabe qué gestos tener en los momentos apropiados (como cuando se puso un hijab en sus encuentros con las familias de las víctimas del terrible ataque terrorista de 2019 perpetrado por un ultraderechista islamófobo) y durante el confinamiento comparecía habitualmente en Facebook Live desde su casa con ropa cómoda e informal. De hecho su cercanía se transmite también a través de sus prendas: un uniforme básico de trabajo en el que no renuncia a faldas largas o pendientes grandes que es al mismo tiempo absolutamente personal y muy poco dado a levantar titulares. Ardern lleva la ropa que las demás mujeres de su generación se ponen a diario.

¿Y en España? Irene Montero

En una entrevista en la que hablaba desde feminismo a su relación de pareja con Pablo Iglesias, la ministra de igualdad Irene Montero posaba ante el objetivo de Vanity Fair España en su número de octubre y convirtiéndose en uno de los temas más leídos y comentados del momento.

Esta era la reflexión de Alberto Moreno, director de la revista, a propósito del reportaje y de este género, aún poco asentado, en nuestro país: "El retrato periodístico o de moda, casi siempre bien medido pero a veces espontáneo, suele poner en guardia a jefes de prensa y publicistas, que desaconsejan ciertas posturas. Sospecho que la culpa de esta estrategia defensiva la tiene el posado de las ministras del primer gobierno de Zapatero —también el primero paritario de la historia— en aquel Vogue de septiembre de 2004. Lo que quiso ser una propuesta audaz y reivindicativa se convirtió en un búmeran para el ejecutivo socialista por la “frivolidad” de aparecer muy bien vestidas. Es el mismo reproche que se le hizo a Irene Montero por lucir un supuesto Rolex —en realidad era un mucho más modesto Swatch— en las últimas fotos publicadas de ella el pasado agosto en Diez Minutos." Y concluía: "Las fotos sirven para contar historias, pero nunca deberían alejarnos de ellas. Ni por sobreplanificación ni por sobreanálisis".

Los labios rojos de Yolanda Díaz

A la ministra de Trabajo le ha tocado liderar una de las ramas más decisivas de la crisis del coronavirus. Licenciada en Derecho, con tres posgrados y de convicciones comunistas, Yolanda Díaz es uno de los rostros del año en nuestro país y el CIS la sitúa entre los ministros mejor valorados a pesar de los ERTE, el paro y la incertidumbre de la pandemia. De ella se describe su contundencia, pero también su capacidad de llegar a acuerdos. Lo cierto es que la ministra tiene una evidente fotogenia y ha sabido pulir su imagen para dar solidez a su personalidad política. Y, a pesar de ello, a menudo el foco se sitúa no ya en lo que dice, sino en el rojo de labios que le caracteriza, en la variación de sus peinados (que moldea con planchas) o en el favorecedor uniforme minimalista que se ha creado en los útlimos tiempos.

En la política española apenas hay referentes con una imagen fuertemente estética. Salvo probablemente Carmen Alborch, la primera ministra que no se avergonzó de ser amante de la moda, tanto que se le recuerda como "la primera mujer de nuestro país en vestir del diseñador japonés Issey Miyake". Aunque este dato es difícil de comprobar, lo cierto es que su imagen fue siempre fotogénica y poderosa.

A diferencia de otras lideresas, la ministra Díaz nunca ha comentado de manera pública su visión de la imagen, el maquillaje o la moda como herramientas de comunicación no verbal, pero ni el contexto cultural, ni el social, ni mucho menos el económico, por el que atravesamos en este momento permitirían una apertura en este sentido. No, España no es EE.UU.

En imágenes

El estilo de las primeras damas de Estados Unidos en imágenes: del icono Jackie Kennedy a la polémica Melania (incluida Nancy Reagan y su idilio con Oscar de la Renta)

Fuente: Leer Artículo Completo