Todo lo que un bolso (o su ausencia) dice sobre una mujer poderosa: de Merkel rebuscando entre sus cosas a las manos libres de Kamala Harris

¿Bolso o bolsillos? Cuando se habla de mandatarias, la respuesta puede indicar dos formas de gobernar. Si se la hiciéramos a Kamala Harris, probablemente elegiría llevar oberturas en chaquetas, pantalones o vestidos antes que aparecer en público con las manos y los brazos ocupados. Al menos, es lo que se deduce de seis meses de mandato en los que la número 2 de Joe Biden no ha renunciado a sus perlas ni a sus zapatillas Converse, pero sigue resistiéndose a llevar bolso.

Como si fuera una estrella, varias webs se dedican a analizar el estilo de la vicepresidenta de Estados Unidos. La más completa es What Kamala Wore y en ella se informa de que tiene al menos tres pares de zapatos firmados por Manolo Blahnik, impecables trajes chaqueta de Carolina Herrera o Valentino, pero apenas hay sitio en su armario para sus bolsos. Su favorito, confesado por ella, es un Chanel Executive negro de grandes proporciones donde caben carpetas, dossiers y todos lo que necesitapara desempeñar su trabajo. Es más una cartera de trabajo que un complemento, y ni siquiera con él es fácil fotografiarla.

La falta de imágenes se debe también a que a Harris, como a muchos altos cargos, el bolso se lo llevan otras personas. Unas de las escenas más repetidas en Veep –serie de la HBO protagonizada por Julia Louis-Dreyfus en el papel de una vicepresidenta de EE UU– es una en la que su asistente busca y rebusca cosas dentro del bolso de su jefa, un bolso con el que siempre carga él. Lo mismo le pasa a Harris y por eso, otra de sus pocas adquisiciones de este tipo – un tote en tono azul de la casa Goyard– se ha visto más en el hombro de Opal Vadhan, sus asistente personal, que en el de Harris. Y es que, cuando baja de un avión, cuando entra en el Congreso o acude a un mitin, la vicepresidenta de EE UU ha optado por tener siempre las manos libres.

Saludar y mandar

Para llevar encima lo básico, además de asistentes, tiene los bolsillos. Pero ese complemento insertado en la ropa ha sido históricamente de uso y disfrute masculino y por eso precisamente han sido analizados tantas veces “como espacios de poder”. Así lo apuntó ya a principios del siglo XX la autora estadounidense y feminista Charlotte Perkins Gilman.

Perkins convirtió los bolsillos en una causa feminista de la que habló en artículos en The New York Times y en sus ficciones. Un ejemplo es Herland, que en España editó Akal en 2018 con el título de Matriarcadia. Publicado por primera vez en 1915, habla de un planeta habitado solamente por mujeres y en sus páginas, la narradora se queja de cómo las plumas, los vestidos ampulosos, los tacones, y todos los complementos con los que se adornan las mujeres están pensados para limitar sus movimientos y constreñirlas. Por eso envidia la ligereza con la que se mueven (y piensan) los hombres, cuyas ropas les permiten llevar encima lo que necesitan y les permiten tener las manos libres para escribir, ir, venir… y mandar. ¿O no es un gesto de mando el saludo que hace Harris, con sus manos libres, a los militares que custodian sus bajadas por las escaleras del Air Force Two?

Los bolsillos como espacios de poder masculino aparecen en otro libro de la misma autora, The Crux y también en Si yo fuera un hombre, relato de ciencia ficción donde explica la historia de una señora que de repente se convierte en su marido. En una de las escenas, busca los billetes de tren que recuerda haber comprado días atrás pero no los encuentra en las bolsas, ni en los bolsos donde generalmente los habría guardado. Y así, al meter la mano en su bolsillo, además de hallarel tíquet con el que partirá de viaje, conoce una comodidad desconocida.

Herramienta de trabajo

El bolsillo no era un privilegio de los hombres de clase alta. Christopher Todd Matthews, profesor de literatura experto en género en la Universidad de Michigan, escribió un ensayo muy interesante al respecto titulado Form and Deformity: The Trouble with Victorian Pockets (Forma y deformidad: el problema de los bolsillos victorianos) donde explica como en ese periodo histórico los hombres de todas las clases sociales empezaron a usar pantalones, chalecos y chaquetas con multitud de bolsillos, todos funcionales. En su análisis, plantea la contraposición bolso-bolsillos como una guerra de sexos donde los hombres llevan ventaja y añade que las únicas mujeres que se permitían añadirlos a sus ropas eran las que no vivían con un hombre cerca. Es decir, las que llevaban, literal y figuradamente, los pantalones en casa.

Según Todd, el único bolsillo que se cosía en las ropas femeninas era uno, escondido en el vestido y tan pequeño, que solamente les permitía guardar “un pañuelo o un perfume sólido”. Pero esto no es cosa del pasado. Un estudio encargadopor la revista cultural The Pudding sobre el tamaño de los bolsillos en los pantalones tejanos demostró que los de las mujeres eran un 48% más cortos y un 6.5% más estrechos que los de los hombres. El informe es de 2018, pero le da la razón a algo que dijo Christian Dior en los años cincuenta del siglo XX: "Los bolsillos en los hombres son para guardar cosas, en las mujeres son sólo decoración".

El uso del pantalón tardó en extenderse porque hasta la iglesia se lo prohibía a las mujeres y como explica Todd, tampoco se salvaron inventos más prácticos como la riñonera (de origen medieval) o la castellana (una especie de cinturón con minúsculos ganchos donde colgar llaves y otras cargas), más cómodas tambiénporque dejan las manos libres. Con el tiempo, ambas cayeron en desuso y de ese modo, en el siglo XIX se extendió el uso del bolso, heredero de la bolsa de trabajo donde las mujeres guardaban la labor o los aparejos de costura.

Kamala también los usa sobre todo para el trabajo. De ahí que los elija de colores sobrios y grandes, y que sólo una vez se la haya vistodesempeñando sus tareas con uno más pequeño, es decir, más accesorio. Fue en una escena más relajada –y posiblemente más estudiada–: tras un acto de campaña electoral, se sentó en las rodillas de su marido y un fotógrafo captó el momento. Cerca de la pareja, sobre un alféizar, había un Satchel Bancroft negro de la marca Michael Korrs. En esa instantánea, más personal, Kamala Harris también luce el que fue en realidad el gran avance para la libertad de movimiento de las mujeres: unos pantalones. La vicepresidenta los usa mucho, aunque hay algo que no hace con ellos: meterse las manos en los bolsillos.

Harris versus Obama

Los pantalones ya no tienen sexo ni edad, pero lo de aparecer en público con las manos en los bolsillos sigue siendo hoy una pose igual de segregada por sexos que en el pasado. La prueba la aporta Todd cuando al observar los cuadros y los grabados de la era victoriana, se da cuenta de que las mujeres nunca salen en esa pose. Es cierto que no estaba extendido el uso de coserlos a los vestidos, pero también que ellas no aparecen nunca con posturas similares que indiquen ese nivel de relajación en público, o como indica Todd,"una señal de confianza y poder”.

Barack Obama sí lo hacía. En mítines, por ejemplo, donde no era raro verlo coger el micrófono con una mano mientras la otra la mantenía guardada en el pantalón. Lo que transmitía, además de seguridad, era que controlaba la situación: que podía manejarlo todo (incluido el auditorio) con una mano o incluso sin ellas. En su primer mandato, de hecho, hay fotos suyas bajando del Air Force One en esa pose, como si diera un paseo, relajado y sonriente.

También se le pudo ver así en alguna entrevista, donde lo que controlaba con ese gesto además de la situación, era el reloj. La sensación que daba era, de nuevo, de confianza, la de alguien que manda y se toma unos segundos para reflexionar. Y nadie cree que esté dudando, ni lo ve débil por eso. Algo muy distinto al modo en que se ha interpretado la manera en que busca y rebusca cosas en sus enormes bolsos la mujer más poderosa del mundo: Angela Merkel, de quien la prensa ha hecho análisis no precisamente positivos de ese gesto.

Bolsos y prejuicios

El problema en ese caso, no está en el bolso o el bolsillo sino en la mirada. Como se deduce del Índice de Reykjavik para el Liderazgo 2020/2021 publicado en enero a partir de una encuesta sobre la percepción que tiene la ciudadanía de distintos países sobre el poder femenino, cada vez se ve más normal que las mujeres manden, pero persiste la idea de que son más débiles. Lo curioso es que los resultados no son distintos en países que tienen una historia política con mujeres en los más altos cargos: por ejemplo, Alemania o India. Incluso en esos enclaves, los encuestados creen que ellas pueden mandar, pero que mandan menos. Y por eso, cualquier gesto poco rotundo, merma su autoridad.

Que el bolso y el bolsillo no son iguales y que no se interpretan igual los gestos de un mandatario que los de una mandataria, lo demuestra una anécdota protagonizada por Winston Churchill, a quien la Cámara Baja aplaudió en 1950, cuando el entonces líder de los tories y jefe de la oposición subió a la tribuna para replicar al ministro Hacienda, Hugh Gaitskell. Antes de hablar, metió sus manos y rebuscó en los seis bolsillos de su indumentaria: dos en el pantalón, dos en el chaleco y otros dos en la chaqueta. Volvió a hacerlo, ante la mirada expectante de sus compañeros, hasta queGaitskell, desesperado le dijo desde su banco si podía ayudarlo en algo. Churchill lo miró y haciéndose el tonto respondió: “Solo estaba buscando un caramelo”. La respuesta provocó una carcajada, le quitó el protagonismo a su rival, desvió la atención de lo importante y en las crónicas se analizó su comportamiento como estrategia y nadie insinuó que Churchill dudara, vacilara o fuera débil.

Bolsos para todas

En el mismo país de Churchill hubo otra mujer poderosa que usó el bolso de una forma muy distinta a Harris y a su conveniencia: Margaret Thatcher, que le dio una vuelta de tuerca política al complemento. También la reina de Inglaterra ha convertido en emblema sus 200 Launer (algunos con más de 50 años de uso), siempre colgados del brazo y con los que al parecer, da órdenes a sus empleados cuando está en público sin necesidad de hablarles. Pero la tarea de Isabel II es más de representación y no se enfrenta nunca a un rival político, sino a un país que mayoritariamente la adora. La pueden criticar, pero difícilmente la echarán del trono. Distinto fue el caso de Thatcher, que tenía enemigos dispuestos a sacarla del poder fuera y dentro de su partido.

Launer también fue la marca que usó Thatcher para dar la imagen que le convenía. En su caso es aún más evidente porque premiers y ministros británicos usan la conocida como red box, un maletín fabricado por Barrow Hepburn & Gale en la que llevan los documentos oficiales. Pero fue con un Launer y no con una red box con la que la retrataron en una caricatura en la que aparecía Thatcher usándolo para golpear a Argentina en pleno conflicto de las Maldivas. Hasta ese punto convirtió su bolso en símbolo de su autoridad. Ahora bien, su bolso hablaba de su poder, no del poder de las demás.

Como recordaba Vogue UK en un reportaje reciente, el bolso sigue siendo un emblema de feminidad estereotipado y ese es el sentido que también explotó Thatcher, que quería gobernar sin dejar de ser ni parecer una madre y un ama de casa convencional. Y el bolso, aunque de un precio que no podían pagar la mayoría de sus votantes, la ayudó a dar esa imagen. Una imagen con la que la premier que sólo nombró tres ministras en más de una década de mandato no animaba precisamente a las jóvenes a aspirar a su posición.

Kamala Harris sí lo hace: “Cuando queráis mandar, chicas, mandad”. Es sólo una de las muchas frases que ha dicho la vicepresidenta, que a pesar de no llevar bolso no vive de espaldas a la moda: escoger lo que no se lleva también manda un mensaje. Y el suyo es muy claro: prefiere tener las manos libres, no para metérselas en los bolsillos sino para desempeñar un cargo en el que ha sido la primera mujer en ocuparlo. Y a diferencia de Thatcher, Harris no querría ser la última.

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