Lo que ha hecho Naomi Osaka por las deportistas es mucho más relevante que ganar un título
El pasado fin de semana, la deportista mejor pagada del planeta, la tenista Naomi Osaka, comunicó a la organización del Roland Garros que no iba a presentarse a las ruedas de prensa a las que obliga la organización del torneo. Osaka lleva lidiando públicamente con problemas de salud mental desde 2018, cuando se convirtió en una atleta de proyección mundial. La amenaza de la ansiedad y de la depresión, dos ejércitos de fantasmas de los que los deportistas tradicionales sólo hablan cuando sus carreras ya han terminado, llevó a Osaka a tomar este paso: a pedir ayuda, cuidarse, y anteponer su bienestar mental a las obligaciones del siglo XX. Las ruedas de prensa, argumentaba Osaka, como tantos otros deportistas antes que ella, no son precisamente un formato amable con los atletas, sino en muchos casos un pimpampúm en busca del titular, con individuos que disparan aifrmaciones desde la masa en vez de preguntas, como afirma un experto en “esas obligaciones inanes”, el periodista Jonathan Liew. Demasiada presión.
La respuesta del torneo y del mundo del tenis ha demostrado que sus miedos no eran infundados: Roland Garros respondió el lunes multándola con 15.000 dólares (multas que en otros grandes torneos, y por similares motivos, ya habían recibido en su momento las hermanas Williams, André Agassi, y así podríamos seguir con una larga lista de tenista de tenistas top) por no presentarse a la rueda de prensa tras la primera ronda. Algo más o menos asumible para una tenista que en 2020 se embolsó 37 millones de dólares (30 millones de euros), una cifra que ni su mentora y referente, Serena Williams, había logrado alcanzar. Hasta aquí el gesto parecía equilibrado: Osaka (una de las mejores tenistas del mundo, aunque no sobre tierra) se comprometía a realizar entrevistas a pie de pista, pero renunciaba a aquello que le causaba ansiedad y malestar.
Roland Garros y el mundo del tenis fueron mucho más lejos, demasiado tal vez. Además de la multa, el torneo y los otros tres organizadores de los Grand Slam (Wimbledon, Australia, US Open) emitieron un comunicado conjunto condenando a la tenista, de 23 años. En el que avisaban que si se negaba a esto podía ser expulsada y no volver a participar en los cuatro grandes. Básicamente, amenazaron con truncar su carrera si no cedía.
Osaka anunció esa noche que dejaba el torneo, y no jugaría la segunda ronda. La tenista se había visto obligada a decidir, y había decidido que ella tenía prioridad frente a un mundo bastante insensible –sólo hay que mirar el calendario de las dos grandes asociaciones ATP y la WTA, infernal para las élites, insensible para los que empiezan, buscando únicamente el rédito de las organizaciones–.
Un problema que afecta a uno de cada tres deportistas de élite
A la tenista no le faltaron apoyos: Martina Navratilova, Billie Jean King y otras leyendas de la raqueta se pusieron del lado de la joven, denunciando la insensibilidad de la organización, cuestionando la necesidad del circo de las ruedas de prensa en el deporte (la misma cuestión que planteó Osaka, aunque los motivos fueran otros, la planteó recientemente Zinedine Zidane: por carta y cuando ya no era entrenador del Real Madrid), y anunciando que el asunto se había gestionado mal, como denunció la presidenta de la asociación de jugadoras, la WTA, Pam Shriver (también ex gran tenista).
Sin embargo, ayer, Toni Nadal, el todopoderoso mentor de Rafa Nadal (que por su parte sencillamente había declarado que "entiendo a Osaka, pero sin la prensa no seríamos los atletas que somos), publicaba una columna en la que cuestionaba los problemas de salud mental de Osaka, replicada en otras partes del globo por otras firmas similares. Las señales del mundo del tenis eran claras: intentar cambiar las cosas, aunque fuera por el bien mental propio, tenía un precio.
Poco antes, a Osaka la había defendido Serena Williams, ídolo de Osaka no sólo en lo tenístico. Williams ha hecho una doble carrera: la de mejor tenista de todos los tiempos, aunque le falte todavía un gran torneo para que lo admitan los que únicamente miran números y la de mujer negra y madre peleando contra un mundo tan rancio que hasta la multa por cómo viste. Y en el mismo marco de Roland Garros había declarado que “entiende” a Osaka: “Me encantaría abrazarla, yo he pasado por algo así”. La diferencia, señalaba Williams, es que Serena es una de las personas más duras del mundo y Osaka una joven que no está en su mejor momento. Pero que eso no era excusa. Williams también reclamaba que no todo el mundo tuviese que ser dura como ella, y se mostraba a favor de dejar que su futura sustituta –no abundan las mujeres racializadas de éxito en el tenis– “maneje la situación como ella prefiera”.
Y ésa es la otra clave que oculta el conflicto. Primero, Osaka ha dado un paso valiente al confesarse débil –para que personas como Nadal dudasen de su condición, calificasen su comportamiento como “poco considerado” y dedicasen ríos de palabras a sembrar las dudas sobre su condición mental– y poner en el disparadero algo que no está en la agenda. Que nunca está en la agenda: que los atletas también tienen problemas de salud mental. Y en un alto porcentaje, porque hasta un 35% de los deportistas de élite sufren crisis mentales que pueden derivar en grandes problemas, según una investigación impulsada por el Cómité Olímpico Internacional
El espejo de Serena Williams
El circo mediático no debería ser un tema de debate intocable. Sobre todo si es el origen de varios problemas: en 2018, cuando Osaka empezó a despuntar y gran parte de la prensa deportiva intentó convertir el enfrentamiento entre Osaka y Williams en el US Open en una rivalidad personal, algo que desmoronó a Osaka cuando venció a Serena en la final, e hizo saltar a Williams contra el mundo. La imagen de la final (Osaka tapándose la cara ante los abucheos del público y Williams abrazándola para protegerla) basta para que nadie ponga en duda a qué se ven sometidas las deportistas de élite sólo por el hecho de hacer bien lo que saben hacer.
Desde entonces, la tenista ha confesado que sufre ansiedad social, y que las ruedas de prensa le suponen un estrés que amenaza con desbordarla. Máxime cuando la despojan del mensaje (Osaka, que denunciaba que parte de ese estrés viene de “intentar siempre dar la mejor respuesta posible” a lo que le lanzan, tiene un millón de seguidores en Twitter y 2,4 millones en Instagram. ¿Para qué necesita una rueda de prensa? De paso, la obligación de las ruedas de prensa en el Grand Slam no es para todos los atletas, sólo para los más notorios: si eres buena, tienes que pasar por el aro).
Pero hay otro asunto por debajo en el que algunos medios también se han fijado. Osaka ha sido muy aplaudida por expertos en psicología del deporte, activistas y otros grupos por su valentía: cuando Roland Garros ha intentado que encaje en el molde, ha preferido renunciar a Roland Garros. En eso, ha sido Serena Williams: no se ha echado atrás. Tampoco lo hizo cuando se erigió en una de las voces a favor del #BlackLivesMatters, algo que, como ya vimos en el caso de Colin Kaepernick, puede tumbar tu carrera.
Una posición que en Estados Unidos han aplaudido desde el deporte de base y más todavía desde el de integración de minorías en el deporte. Independientemente de cómo reaccionen las organizaciones y los hombres sin problemas de ansiedad social que no juegan torneos femeninos, su mensaje tiene más potencial entre las suyas: entre las jóvenes atletas de color, entre toda una generación de jóvenes que ha elegido reivindicar la salud mental como un asunto que ya está bien de esconder (recordemos: 35%, uno de cada tres atletas de élite).
Y se ha puesto en la misma sintonía que un puñado de atletas de élite diversas (como la gimnasta Simone Biles) han iniciado en los últimos años: las de cambiar un sistema que se hizo sin contar con ellas, donde nunca tuvieron espacio y donde su condición de minorías no les hace decir “basta”. Obvio que Serena Williams quiere abrazarla: todo aquello por lo que han luchado las dos hermanas Williams en su vida –ser campeonas sin renunciar a su identidad– tiene continuidad. Eso, y no los grandes torneos, es la mejor herencia a la que podía aspirar la veterana Serena.
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