Andoni Ferreño recrea a los galanes de los setenta en ‘Amar es para siempre‘
Estudió dos años de Periodismo para ganar tiempo y convencer a sus padres de que le dejaran dedicarse a la interpretación. “Nací con esta vocación, mi sueño desde niño era convertirme en actor”, recuerda Andoni Ferreño, que al terminar arte dramático en la RESAD de Madrid inició su carrera en el teatro. “El directo me hace sentir vivo”, afirma. Ahora, tras estrenar en Netflix su última serie, El vecino, regresa a la televisión en el papel Lorenzo Bravo, un galán de cine en Amar es para siempre (Diagonal TV), en Antena 3.
¿Contento con tu papel?
Mucho. Lo que más me gusta que el trabajo deje ver a la persona que hay detrás del actor. Es un ser débil, obligado a interpretar también en su vida personal, porque está presionado por su condición sexual y es víctima de la época.
¿Te has inspirado en alguien?
Para construir la parte de su personalidad más seductora he cogido gestos y ademanes de compañeros de profesión como Arturo Fernández o Carlos Larrañaga. Lorenzo es mi homenaje a los galanes de los setenta, aquellos que eran actores a tiempo completo, que no dejaban de representar un papel por la calle.
¿Has metido mano en la construcción de tu aspecto?
Para nada (risas), me he dejado llevar por el equipo de vestuario y maquillaje por completo, hasta en lo de ponerme bigotillo. Estoy encantado de cómo cuidan cada detalle y de trabajar con ellos.
¿También con Anabel Alonso?
No habíamos actuado juntos y que ahora haga de mi falsa pareja es maravilloso. Es una actriz generosa que te lo pone todo fácil. Yo hago lo que puedo, aún me considero un actor promesa.
Y eso que hasta has cruzado el charco.
Estuve en Colombia para participar en la telenovela La Pola hace diez años y fue fantástico. Yo nunca desconecto, si me fuera a esquiar estaría pensando en hacer una película en la nieve, porque adoro mi profesión.
Pasión que heredaron tus hijos
Sí, estoy feliz si ellos hacen lo que desean, pero les he explicado que este oficio es una lucha constante. Tiene muchos parones y crea cierta inestabilidad emocional.
Pero tú casi nunca has estado parado.
Y me siento un afortunado por eso. Los actores son como los toreros, si no estás siempre dentro de la profesión, pierdes tu sitio, por eso estoy feliz de haber encadenado un proyecto con otro.
Como actor y presentador.
A veces, me veo en refritos que sacan de los años noventa y me cuesta reconocerme en ese pipiolo que sale conduciendo un programa (risas). Guardo buenos recuerdos de esa época. La televisión meabrió muchas puertas, pero también me las cerró.
¿Te aconsejaron abandonarla?
Sí, hubo gente que me dijo que dejara de presentar porque iba a perder credibilidad de cara al teatro. Cuando después me fui de la tele voluntariamente, pensaban que me olvidarían si no me veían.
¿Sentiste que fue así?
Si no estás en la pequeña pantalla parece que desapareciste, aunque no dejes de trabajar. Por eso quería volver, para que las nuevas generaciones me pusieran cara.
¿Y para presentar?
No me lo planteo, me veo mayor y la tele de ahora es muy diferente a la de antes, cuando no llevábamos ni guion y todo era más show. No sabría hacer este tipo de programas.
Pero seguro tienes otros proyectos además de Amar…
Con Cabaret 42, la productora de la que formo parte, estamos preparando la obra Boeing- Boeing, de Marc Camoletti. Empezaremos a ensayar en otoño para salir de gira.
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